Una mirada instrospectiva. Política educativa basada en competencias en México
El estudio de la pedagogía, la educación y los mecanismos de aprendizaje no ha estado exento de las influencias de un entorno globalizado. Las experiencias educativas de una sociedad inciden en las demás, por lo que es posible aprovechar una red de conocimiento compartido. Este cruce de ideas es expresamente alentado por diversas organizaciones, simposia y conferencias internacionales, puesto que se reconoce la importancia de la educación como patrimonio de la humanidad y como elemento forjador del futuro cultural, económico y sociopolítico del mundo. El momento en el que nos situamos es uno marcado por una extensa red de conexión de ideas y conceptos.
Ahora bien, el estudio de los retos en la implementación estructural de las políticas educativas en las instituciones involucra, además de la reflexión del contexto nacional e internacional actual, una mirada instrospectiva al México del pasado, para poder aprender de nuestros errores y experiencias.
Un recuento histórico de la educación en el país arrojará las no pocas ocasiones en que hemos volteado al exterior en busca de las respuestas a nuestros problemas particulares, aún en tiempos donde las interacciones internacionales fueran menos inmediatas que hoy en día. Jaime Castrejón Díaz (1986) presenta su análisis de las políticas educativas de México durante sexenios, y en este es posible advertir nuestra mirada hacia el vecino: velada en ocasiones, más obvia en otros tiempos, pero constante. La adopción de sistemas y métodos provenientes de países desarrollados ha querido ser el atajo en el camino sinuoso de la confesión y expiación de nuestros defectos. La conducta no ha sido exclusiva de México, sino constante a lo largo de América Latina, como lo reafirma Leonor Cariola (2003).
La equivocación reside en copiar formatos y procesos que dieron resultados positivos en contextos sociales, económicos, políticos y culturales muy diferentes a los propios. Las políticas educativas que han funcionado en Estados Unidos, Japón, Finlandia o Suiza difieren entre sí, entonces ¿cuál sería la lógica detrás de la búsqueda de trasplantarlas en nuestro país? Ante un cúmulo de condiciones particulares, podemos analizar las experiencias y las ideas externas, pero no podemos esperar obtener idénticos resultados en experimentos tan dispares. Recrear las condiciones del experimento es imposible, así que las soluciones tienen que radicar en otro sitio.
El primer reto consiste en el reconocimiento del potencial de nuestros tiempos—la globalización, las tecnologías de la información y la comunicación—sin considerarlo la respuesta automática a la problemática educativa nacional. No hay fórmulas mágicas.
Una de las críticas recurrentes a la sociedad tendiente a la globalización es la disolución de las condiciones individuales o locales, la aspiración a la uniformidad. Si bien la simplificación de las condiciones de mercado pueda ser una situación ideal para las compañías de ventas transnacionales, la pérdida de la conciencia de la unicidad resulta fatal del punto de vista cultural.
La aspiración latinoamericana del progreso como emblema de sus luchas políticas durante gran parte del siglo XX se ha traducido en la fe en conceptos anacrónicos como la masificación de la cultura, la estandarización, caminos que históricamente han resultado ya contraproducentes: en lugar de mejorar los niveles de calidad en la educación, el listón ha sido colocado en una posición más baja. Eso ha ocurrido luego de procesos uniformadores dentro del ámbito educativo como, por ejemplo, las reformas de los procesos de selección de candidatos a carreras designadas prioritarias para el desarrollo del país, como la medicina, promovidas en el sexenio de Luis Echeverría. Los indicadores de calidad utilizados posteriormente a esta reforma arrojaron que efectivamente se graduaron mucho más médicos, pero con un menor nivel de conocimientos, aptitudes y competencias (lo cual incluso redundó en un desequilibrio entre posiciones de trabajo en hospitales y centros médicos contra la oferta de graduados, redundando en el desempleo de un porcentaje más alto de médicos recién graduados). Otro ejemplo ambivalente de la estandarización es el programa de construcción de escuelas rurales prefabricadas impulsado por el gobierno de Adolfo López Mateos. Efectivamente, el modelo se reprodujo en miles de locaciones a lo largo y ancho del país y se cumplieron satisfactoriamente cuotas de cobertura escolar (un reto enorme para ese tiempo), pero pronto hubo que reconocer que un modelo de escuela repetido para geografías y climas tan diversos en el país distaba mucho de lo ideal.
Algo similar ocurriría con la estandarización de planes de estudio: los requerimientos y las aspiraciones de los jóvenes estudiantes son muchos y muy diversos. En cuanto a este primer desafío, Susana Decibe (2003) apunta que el único camino con el que cuenta América Latina para salir de la postergación estructural consiste en el apostar a su gente al desarrollo del capital social que aún conserva. Hay que mirar hacia nosotros mismos.